
Llegan a mis manos, y a mis oídos, últimamente, muchas referencias al Silencio…
Me resuena, lo siento, me toca el alma… ¿Será porque empiezo a estar preparada para escucharlo? El silencio… suena.
Tantos años hablando de escuchar, más allá de las palabras, en profundidad, incentivando al otro a decir más, sin interrumpir… Y tantos niveles de escucha, y tantas formas de trabajarlo para que empresas y personas realmente lo entiendan y lo pongan en práctica.
Y realmente es más fácil que todo esto, y quizá más difícil realmente sentirlo y llevarlo a cabo, porque si no lo sentimos no existirá para nosotros.
Se trata de parar todo pensamiento, del silencio de la razón, de ser capaz de fluir dentro y fuera de mi, con el vacío y con la plenitud, sin apegarse a nada. Es un encuentro conmigo, con el otro, con todo. Desde una actitud realmente de apertura y escucha total.
Es estar, sólo estar,
y ser, sólo ser.
Es sólo observar, sin miedo, bailando con la plenitud de escuchar todo y no escuchar nada…
Como ese tren de madera antiguo que pasa despacio delante nuestro, que llega y se va, sin más … Es dejar que el tren se lleve nuestros pensamientos, una y otra vez, viéndolos pasar…
No parece muy fácil, pero como reto no tiene parangón. Este silencio nos acerca a la libertad, a la serenidad, a esa maravillosa soledad elegida y compartida con el universo, en paz y con la mente clara y diáfana para poder avanzar, crecer y ser mejores.
Cada día un pequeño paso,
cada día un gran avance.